Ser notario en tiempos de pandemia
Soy notaria y cada mañana acudo a mi notaría a prestar un servicio público de interés general que el Gobierno ha considerado esencial y que consiste en dar seguridad jurídica a los ciudadanos.
Pero estos días todo es diferente, las circunstancias lo requieren. Mi notaría no es muy grande, en ella trabajamos mis dos empleados, Paco y Ana, y yo. Una pequeña familia que se ha visto reducida porque, al igual que el resto de mis compañeros, hemos establecido turnos para que no tengan que acudir ambos y evitar los riesgos de contagio. Acostumbrados al bullicio de gente que va y viene en tiempos normales, ahora resulta extraña la quietud. Trabajamos a puerta cerrada, es decir, atendemos todas las consultas y continuamos asesorando por teléfono, pero únicamente permitimos que acudan presencialmente para formalizar negocios o actos jurídicos que tengan carácter urgente; es decir, que no se puedan aplazar sin un grave perjuicio económico o personal para alguna de las partes. Ese es nuestro servicio, por ejemplo, intervenir las pólizas de préstamo y crédito para que los autónomos y empresas que se han visto obligados a parar su actividad puedan recibir liquidez que les permita afrontar las dificultades económicas; autorizar una compraventa para que evitar que una persona pierda la cantidad dada como señal puesto que ha cumplido el plazo fijado en el contrato de arras; levantar un acta para dejar constancia de la producción de flores cortadas que va a tener que destruirse y que se puedan solicitar las indemnizaciones oportunas, y muchos ejemplos más de situaciones que afectan al día a día de cientos de ciudadanos.
También es nuestra responsabilidad saber decir a veces que no. En el ejercicio de nuestra profesión, el control de legalidad nos exige decir que no a muchas operaciones. Hoy, ese control se extiende también a la salud pública, evitando desplazamientos innecesarios, distinguiendo urgencia de prisas y aplazando operaciones.
Estamos prestando asesoramiento jurídico a personas ingresadas o con movilidad reducida, con miedo de que les ocurra algo, para que puedan otorgar testamento ológrafo y, como no, adoptando las medidas de protección necesarias (guantes, mascarillas), espaciando las citas, guardando las distancias de seguridad, desinfectando mesas, teléfonos, teclados, ratones, picaportes…, firmando con bolígrafos de un solo uso, y evitando en todo lo posible la entrega de documentos en papel.
En eso consiste el servicio público notarial en tiempos de pandemia. En que los ciudadanos sepan que nos tienen para lo que necesiten, que vamos a velar por el buen fin de sus negocios sin poner en riesgo su salud.
Una de las motivaciones que me llevó a escoger esta profesión fue su vertiente humana; poder ayudar como jurista a que los ciudadanos desarrollen su vida personal y económica. Y tengo que decir que estos días, en mi despacho con menos trabajo que nunca, me he sentido más notaria que nunca.
Estamos en guerra contra un virus que nos está golpeando fuerte. Nos está quitando vidas y salud, nos ha privado de nuestras rutinas y de los besos de nuestros seres queridos y está dañando la economía y el trabajo de todos nosotros.
La primera línea de batalla se encuentra en los hospitales, donde el personal sanitario y miles de enfermos luchan día a día al límite de sus posibilidades para vencerlo, pero paralelamente la vida sigue y en segunda, tercera, cuarta fila estamos los demás, los que se quedan en casa y los que con mascarillas y miradas cómplices salimos a trabajar. Me siento orgullosa de que los notarios, junto con nuestros empleados, estemos ahí, cumpliendo con nuestro deber, sin arrugarnos, aportando nuestro grano de arena, contribuyendo junto con el resto a que la vida pueda seguir desarrollándose; a mantener la estructura de este engranaje tan dañado, porque lo que no puede quitarnos este virus son los principios y valores que sirven de base a nuestro sistema.
Este artículo fue publicado en El Confidencial el 6/4/2020
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