A la notaría se viene negociado
En una entrada anterior destacaba entre las 10 cosas que deben saberse antes de ir a una notaría la de “ir negociado”, queriendo resaltar especialmente que la notaria no es el lugar para reunirse a negociar si se llega a un acuerdo, sino que es el lugar para la formalización definitiva de un acuerdo previamente negociado.
Me gustaría explicar algo más sobre esta cuestión de manera breve. Evidentemente, en muchas de las operaciones o contratos que pasan por una notaría no todo está atado y hablado hasta el mínimo detalle. Estoy pensando no en actos unilaterales o personales (testamentos, poderes, actas…), sino en contratos en los que, simplificando, hay varias partes con intereses contrapuestos o no siempre coincidentes (compraventas, herencias, hipotecas…). El notario realiza un trabajo previo de asesoramiento gratuito en cuestiones que puedan surgir, como la petición y el recordatorio de la documentación que se requiere para una correcta formalización notarial y la resolución de dudas jurídicas previas, siempre desde un punto de vista “no de parte”, sino independiente e imparcial.
Esto significa que antes de llegar a la notaria para una firma, todo debería estar hablado y confirmado en sus puntos básicos y fundamentales. Está claro que pueden quedar (es lo habitual) flecos o cuestiones de última hora que hasta el mismo momento de otorgar el documento no pueden resolverse, pero esto no quiere decir que la oficina notarial se convierta en una sala de reunión para “ver si llegamos a un acuerdo”. Nuestros despachos están abiertos a la gente, por supuesto, pero no es de recibo que sean ocupados durante horas para discutir, pelearse o intentar llegar a resolver cuestiones que no han sido tratadas con anterioridad.
He tenido muchos casos que realmente me ha llegado a producir absoluta perplejidad. Algunos ejemplos que por obvios parecen imposibles, pero que se han producido en mi presencia, son sin ánimo exhaustivo: gente que viene a firmar algo y ni siquiera sabe lo que es (“no sabía que venía a esto”), o compraventas en las que ni siquiera se ha negociado la forma de pago, o quién asume los gastos o las cuentas pendientes. He tenido reuniones que acaban con frases tipo “señor notario, nos redacta un documentito privado para nosotros, que con eso ya nos vale” ( este último caso, que se produce a veces por puro desconocimiento, se convierte en increíble cuando lo pide algún mal llamado profesional o asesor). He vivido peleas que se producen por cambios de última hora en condiciones contractuales (comisiones bancarias, seguros “obligatorios”, pólizas para gastos…), o discusiones con extranjeros del tipo “en mi país, eso no lo piden, ¿por qué me lo tienen que pedir aquí?»
Todos estos casos, y muchos más, se producen por desgracia en muchas notarías. El resultado siempre es el mismo: enfados lógicos, gritos, desconcierto, incomodidad e invariablemente colapso en el trabajo, esperas de otras personas que no tienen culpa de nada (he tenido en un despacho un profesional dos horas hablando por videoconferencia, “aprovechando que estaba aquí”, por si se acababa firmando algo). Y la consecuencia siempre es la misma: “lo siento mucho. La próxima vez vengan con todo bien acordado, con toda la documentación, o con todo correcto para poder otorgar la escritura, porque así no se puede firmar”.
A esto es a lo que me refiero con lo de “venir negociado”. El asesoramiento previo legal-jurídico-fiscal y por supuesto notarial es fundamental para evitar este tipo de situaciones. Se debe preguntar siempre en caso de duda antes de una cita y tener las cosas claras. Por supuesto, esto es compatible con la idea de que en el momento de otorgar un documento notarial se pueda y deba preguntar lo que no se entienda o lo que no se vea claro, y que, aun así, muchas veces al final hay documentos que no se acaben otorgando; eso es lógico, pero no debe ser la regla habitual ni por supuesto es el resultado buscado.
Por último, una anécdota personal de un caso especial en el que la negociación fue a buen puerto y tuvo como resultado no otorgar una escritura. Una pareja joven vino a firmar una disolución de comunidad sobre su casa común. El día de la cita, llegaron por separado y se sentaron en el despacho pidiéndome hablar un segundo antes en privado. Cuando me di cuenta de que llevaban ya un rato sin dar señales, me acerqué a preguntar si necesitaban algo o si tenían alguna duda, y mi sorpresa fue mayúscula cuando al entrar me los encontré dándose un apasionado beso. Evidentemente, no se firmó la disolución, y si en aquel momento los notarios hubiéramos podido casar (cosa que ya es posible) seguro que poco después hubiera celebrado la boda. De hecho, la última vez que los vi me dijeron que estaban pensando cambiar de casa – aquella casa sobre la que estuvieron a punto de disolver la comunidad – porque con tres hijos y uno más en camino se les quedaba ya pequeña.
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