¿Es aburrido el trabajo del notario? Parte 1
Esta entrada está especialmente dedicada a todos aquellos que a lo largo de mi vida profesional me han dicho eso de que ser notario debe ser un trabajo muy aburrido “firmar y nada más”.
Siempre he pensado que por la notaría pasa la vida entera de un pueblo o ciudad, las alegrías y también las penas. Me gusta el contacto con la gente. Me gusta cuando me cuentan historias, que me dejan totalmente emocionado e impresionado.
Me gustan las historias de las vivencias de los emigrantes. Me gustan los niños y sus caras de sorpresa al ver a sus padres o abuelos muy serios firmando. Me encanta el “¿le importa que nos hagamos una foto?” de algunas parejas al comprar una casa; la disculpa previa “perdone, pero apenas sé firmar, me enseñó el cura o el maestro hace muchos años” y comprobar después que esa firma es una auténtica obra de arte, letra y rubrica cuidadosas y perfectas.
Por supuesto, como en cualquier trabajo, hay una carga de obligaciones y de deberes puramente administrativos que determinan la rutina diaria de cualquier oficina. Pero también está el lado humano y profesional de asesorar a las personas y redactar la escritura conforme a su voluntad y, por supuesto, a la legalidad. ¡Cuántas veces los notarios hacemos documentos “a la medida” de la persona que solicita nuestros servicios, al hacer testamento, al comprar una vivienda, al donar un bien a un hijo! La variedad es tal que pasan muchas cosas curiosas, divertidas, extrañas y también, a veces, dolorosas.
Es imposible resumir en pocas líneas todo lo que me ha pasado a lo largo de casi 15 años de profesión, pero voy a contaros algunas historietas que me vienen ahora a la cabeza.
Identificar a las personas es sencillo con el DNI o pasaporte, el problema viene al devolverlos cuando estamos con una familia de muchos miembros parecidos unos a otros. Tras varias confusiones al dirigirme para identificar a la persona con el documento delante, una madre con una hija o hermanos o incluso en alguna ocasión personas de diferente sexo, llegan las consiguientes risas o enfados: “Oiga ¿es que me ve usted tan mayor?” o “muchas gracias por pensar que soy yo, pero esa es mi hija”. Ahora opto por decir el nombre y esperar que alguien conteste antes de levantar la mirada para devolverle su documento.
Por otra parte, me encanta cuando alguien duda (por desgracia no tanto en los últimos años) por mi juventud: “Oye tú no puedes ser el notario eres muy joven” o como una vez me dijeron: “pero si es usted un pimpollo”. Ya digo: los años no pasan en balde y echo de menos esos comentarios.
Con las anécdotas que suceden fuera del despacho, porque la persona que tiene que firmar tiene algún impedimento físico o de salud y no puede desplazarse, daría también para un libro. Me viene a la memoria una señora que con 99 años estaba cocinando pulpo para sus 3 nietos que no paraban quietos un momento, en una aldea a 5 km del pueblo. Le pregunté por qué no se podía acercar a la notaría si estaba perfecta. Su contestación fue que hacía ya un par de años que no bajaba al pueblo porque le costaba andar. “¿Y en coche?”, le pregunté. “¿En auto? ¡En auto yo nunca subí!”, contestó.
En otra casa había un perro que me tuvo acorralado durante un buen rato sin dejar de ladrar. Después de ir unas cuantas veces, acabó saludándome como si fuera de la familia y se me subía en brazos mientras leía la escritura. “Ya le echaba de menos el can” me dijo la señora.
En otra vivienda a la que tuve que acudir varias veces, firmaba en la cocina con una tabla del pan para apoyar el documento. Después de algunas visitas, cuando entraba, me decía el señor, sentado al lado del fuego de la cocina: “Ya sabe usted dónde está la tabla de firmar”.
Como podéis comprobar, ser notario nos permite vivir situaciones curiosas, mucho más allá de “firmar y ya”. En un próximo post seguiré contándoos anécdotas, como cuando me invitaron a una ducharme en una casa.
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