La importancia de las notarías en el ámbito rural

Consuelo Membrado 31/10/2024

Hay ciertas profesiones que, quizá, no son tan vocacionales como médico o policía. No son “atractivas” para un adolescente que solo busca salir con los amigos. Justamente este fue mi caso. Yo quería ser veterinaria y especializarme en caballos, pero mis padres me animaron a hacer derecho para después opositar a notaria. No puedo decir que no sabía dónde me metía, porque ya había vivido la oposición de mi hermana y, desde luego, tenía claro que la única manera de sacar aquello era encerrándome. Te despides del mundo con 21 ó 22 años sin billete de regreso, es decir, nadie te asegura que vayas a aprobar.

Con mucho esfuerzo y tesón, muchas horas de estudio diarias, mucha fuerza de voluntad y sacrificio y, sobre todo, con la ayuda de familia y preparadores, a los que estaré eternamente agradecida, finalmente aprobé y llegó el momento de elegir destino.

No entraba en mis planes irme a una gran capital. En mis seis años de trayectoria profesional, he pasado por algunos de los pueblos más pequeños de la provincia de Jaén y todos han dejado una profunda huella en mí, porque de todos me llevo un enorme aprendizaje. En los pueblos la vida fluye de otra manera: es otro ritmo distinto al de las capitales o de los pueblos grandes. Hay mucha cercanía con la gente, tanta que llegas a entablar amistades, se busca un trato individual y personalizado, el trabajo va saliendo sobre la marcha, sin esperas, porque hay poco volumen, y jamás se puede estar mirando el reloj. A cada uno el tiempo que necesite. Suele haber personas mayores que no tuvieron oportunidades y, en escasas ocasiones, nos encontramos con que no saben firmar. En estos casos se imprime la huella dactilar y se busca a dos testigos. Muchos de aquellos niños a los que metían sus padres en las notarías como ‘chiquillos de los recaos’ son hoy fabulosos oficiales que han convertido la experiencia de los años en su mejor aprendizaje.

Los pueblos son un claro reflejo de la “España vaciada”. En ellos se ve claramente el envejecimiento de la población y, con ello, el escaso entramado empresarial y el débil espíritu emprendedor. Todo esto hace que la mayoría de las escrituras otorgadas en las notarías pequeñas sean compraventas, herencias y testamentos. Se ve muy poco de mercantil. Ahora, eso sí, todo ello condicionado a la época de aceituna. Aquí la gente no te dice que va a venir a la notaría en octubre o en febrero, sino “antes” o “después” de la aceituna. Eso es sagrado y hay que respetarlo. Por ello, es importante atender por las tardes, cuando han terminado su ‘jornal’.

El día a día transcurre tranquilo por lo general. Se respira el aire de lo tradicional: el panadero va puerta por puerta con la bolsa del pan, el ‘afilaor’ pasea por las calles con su mítico sonido y la gente te conoce y no es raro resolver consultas por la calle cuando salgo a comprar algo para mis niños o a encargar la carne para la comida. Porque soy notaria, pero, ante todo, soy mujer, y las mujeres somos capaces de llevar trabajo, casa y familia, sin descuidar ninguna de estas tres cosas.

Animo a los jóvenes a barajar entre sus opciones de futuro la profesión de notario, porque aunque el camino es muy duro e incierto, la recompensa es grande, no solo por la enorme alegría que supone aprobar, sino por una vida entera de servicio, de ayuda y de entrega al ciudadano. Y esto se traduce en FELICIDAD.

 

Algunos fragmentos de este artículo fueron publicados en Europa Press como parte de un reportaje con motivo del Día de la Mujer (8 de marzo).

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